miércoles, 11 de septiembre de 2013

Construyendo relaciones en la huerta


El pasado lunes (9 de septiembre de 2013) mis compañeros de clase y yo tuvimos la oportunidad de subir a la huerta que hay en la terraza de mi facultad, en la Pontificia Universidad Javeriana. Al llegar, nos esperaban dos estudiantes de antropología (Valeria y Miguel), quienes motivaron la construcción de la huerta y actualmente hacen parte de equipo que lidera lo que se hace allí y las negociaciones que se están dando en este momento para definir el rumbo del proyecto.

Nos trataron con mucha familiaridad. Era un poco más de la 1 de la tarde, así que mientras bajaba el sol nos llevaron a un lado de la huerta para explicarnos su historia y demás cosas sobre el proyecto. Habló por unos cuantos minutos y parecía que su plan de escondernos del sol no funcionaba del todo bien. Sin embargo, su forma paciente y a la vez apasionada de hablarnos sobre lo que habían logrado nos tuvo a todos atentos a lo que contaba.

Entre las cosas que más recuerdo fue el énfasis que hizo en que el proyecto había comenzado como un gusto general de ella y tres amigos más, sin necesidad de obtener resultados científicos; era básicamente una apuesta por ocupar un espacio que no tenía uso aparente, utilizándolo para algo que era de gusto común, un espacio donde pudieran alejarse de las rigurosidades académicas y de los saberes expertos (en un principio), donde se tuvieran en cuenta los cultivos, pero también la parte estética y artística, donde de una forma –para mí un poco romántica- pudieran casi que generar sus propias reglas, un lugar sin jerarquías, donde cualquiera pudiera participar y donde tal vez pudieran encontrar un lugar de esparcimiento, de ensayo y error e incluso, tal vez, un espacio en el que pudieran estar sin un propósito u objetivo definido más del que cada uno pudiera darle.

Además de expresar esa parte ideal con la que el proyecto había comenzado, también mencionó la parte práctica que hace parte fundamental de lo que hoy es la huerta. Contó cómo habían tenido que recoger tierra del parque nacional, cargar y subir bultos hasta la terraza. Lo pesado que había sido subir las materas, y las redes de relaciones que se habían ido construyendo, las cuales han sido indispensables para llevar a cabo el proyecto. Cómo los(as) jardineros(as), porteros(as) y aseadores(as) parecían trabajar en equipo con ellos, para avisarles si habían materiales o mesas por ahí que ellos pudieran usar. También los ayudaron con conocimiento, asesorándolos y aconsejándolos. En otras palabras, el proyecto ha salido adelante con el esfuerzo de muchos que han intervenido, una huerta realizada con las uñas –como bien dijo Valeria.

A saber, las directivas de la P.U.J. también han tenido –y tienen- mucho que ver en la construcción de este proyecto. Es necesario tener en cuenta que “la compañía establece un control a través de reglas escritas: el credo de la compañía que incluye máximas como “nunca decimos que no” pero son los pares, los clientes y los propios empleados los que hacen más eficiente el control” (Arango, 2011:104). Dichas reglas y el control ejercido aseguran una relación de dependencia con la institución para llevar a cabo el proyecto, donde aparentemente aceptan y motivan este tipo de inciativas, pero como en el caso de esta huerta, una vez el proyecto ha despegado, el control es ejercido y las condiciones y proyecciones son o deben ser transformadas teniendo en cuenta los intereses de quienes financian. Para los lectores que no saben qué pasó con la huerta, lo que nos cuenta Valeria es que en un principio fue muy difícil conseguir la autorización para usar el espacio, pero que contaron con el apoyo de la Universidad. Sin embargo (y para no alargar tanto la historia) en este momento se encuentran en negociaciones, porque una vez despegó el proyecto, la P.U.J. se ofreció a financiar gran parte, pero los intereses ahora deben ser compartidos y los intereses institucionales se remontan a una dimensión más productiva, hecho que se opone a los ideales iniciales de la huerta. Para cerrar este punto, quiero traer a colación otro apartado del texto de Arango 2011 que da cuenta de lo sucedido: “En estas luchas por el reconocimiento, se crean fronteras y jerarquías entre ocupaciones de acuerdos con una dimensión moral del trabajo, reforzando diferencias, segmentaciones y relaciones de poder entre distintas categorías de trabajadores” (Arango, 2011: 107).

Espero haber comportadito con ustedes, hasta aquí, parte de lo que este grupo de estudiantes compartió con nosotros, un poco de sus experiencias y de sus esfuerzos, de sus problemas y situaciones que como ellos mismos lo decían, han construido de forma indispensable tanto el proyecto como la amistad entre ellos. Por lo tanto, espero entiendan como yo, que “ellos trabajan o laboran en una vía donde la esencia particular de sus actividades es significativa” (Carlsson y Manning, 2010: 925), es decir, que su apuesta principal ha sido que al pasar la puerta e ingresar a ese pequeño espacio, se pudieran vivir ahí unas lógicas que contradicen las lógicas que dirigen nuestra sociedad en general,  donde el capitalismo y la producción no fueran los protagonistas, pues dicho protagonismo sería otorgado al significado que cada uno pudiera darle, buscando resultados más allá de los aparentes, más allá de un informe científico o de una producción en masa, pues aunque suene muy romántico, no todas las cosas trascendentes son materializables. Creo yo, que es una forma de hacer una crítica a lo que es productivo o valioso, pues si en términos capitalistas este tipo de proyectos representa un trabajo improductivo, este proyecto “implica las capacidades subjetivas del trabajador para decidir por sí mismo qué trabajo es el que en realidad vale la pena hacer” (Carlsson y Manning, 2010:927)

Así que hasta este punto he tratado de visibilizar dos elementos que pude evidenciar en la huerta.
 
 

 

 
El primero, se refiere a la “Importancia del valor afectivo (…) necesarios  para la nueva construcción del paradigma del desarrollo sostenible” (Puleo, 2011: 307), dándonos cuenta que para ellos no es sólo un hacer con cuidado, sino también un pensar con cuidado, demostrado por ejemplo en la forma de referirse a cada planta, de decir que “a la sábila no le gusta el sol” o que “la tierra está cansada”, son formas de sentir que trascienden a un pensar y actuar con cuidado.

El segundo,  tiene relación con algo que dice Puig de la Bellacasa sobre la Permacultura, cuando afirma que ésta
se está extendiendo a través de la práctica de intercambio, de enseñanza, de construcción de la comunidad y del activismo social, pero muchas formas de imaginar su eficacia es la posibilidad de transformar el ethos de la gente en nuestras relaciones cotidianas con la tierra, con sus habitantes y sus "recursos"” (Puig de la Bellacasa, 2010: 152).
Aquí se pueden ver cómo es posible que haya más propósitos y consecuencias de las que estamos acostumbrados a ver. Pues si bien el grupo que lleva a cabo la huerta no busca fines económicos o productivos, tampoco es carreta que aquellos propósitos que buscan sean reales. Son objetivos diferentes, que han sido invisibilizados por tantas lógicas distintas, pero que aun así son efectivos. Construyen nuevas formas de relacionalidad, entre redes de ayuda, de relaciones con la institución que los apoya, de relaciones entre ellos como compañeros, de relaciones con los alimentos, la tierra e incluso de relaciones de confianza con personas lejanas que intercambian semillas, pero que hacen posible que se siembre lo que se siembra. Por si fuera poco, estas formas de relacionarse no se quedan en ellos, en quienes activamente lideran, negocian y luchan por sacar adelante la huerta, sino que también tienen efectos en quienes la visitamos, pues hacen visible para muchos una forma diferente de cuidar el medio ambiente y de cuidarnos a nosotros mismos. Y para no quedarnos en una abstracción ideal, me refiero a los resultados vistos en clase, donde más de uno, siendo muchos ajenos al tema, aseguraron salir motivados y consientes de algo que antes no les había interpelado, tomando la decisión práctica de continuar en casa con lo que nos enseñaron.

Así que si bien este proyecto muestra una forma de hacer y de pensar con cuidado, de redes construidas a través de un propósito común, del trabajo y la práctica meticulosa que requiere llevarlo a cabo y sostenerlo en una dimensión cotidiana, también evidencia el trabajo arduo, la falta de colaboración de muchos, la precariedad en cuanto a la remuneración y las imposiciones instituciones que deconstruyen e invisibilizan muchas veces lo construido por ellos. Pero que sin embargo, si hay resultados y resultados efectivos, donde como lo afirma Puig de la Bellacasa (2010), se rehacen los tejidos de las relaciones sociales construyendo nuevas formas de relacionalidad.

 

Bibliografía:

-Arango Gaviria, L. G. (2011). El trabajo de cuidado ¿servidumbre, profesión o ingenieria emocional? In L. G. Arango Gaviria & P. Molinier (Eds.), El trabajo y la ética del cuidado (La Carreta., pp. 91–109). Medellín.

-Carlsson, C., & Manning, F. (2010). Nowtopia: Strategic Exodus? Antipode, 42(4), 924–953. doi:10.1111/j.1467-8330.2010.00782.x

-Puig de la Bellacasa, M. (2010). Ethical doings in naturecultures. Ethics, Place & Environment, 13(2), 151–169. doi:10.1080/13668791003778834

-Puleo, A. (2011). Protagonistas de un nuevo mundo. In Ecofeminismo para otro mundo posible (Ediciones., pp. 267–315). Madrid, España.

 

 

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