El pasado lunes (9 de septiembre de 2013) mis
compañeros de clase y yo tuvimos la oportunidad de subir a la huerta que hay en
la terraza de mi facultad, en la Pontificia Universidad Javeriana. Al llegar,
nos esperaban dos estudiantes de antropología (Valeria y Miguel), quienes
motivaron la construcción de la huerta y actualmente hacen parte de equipo que
lidera lo que se hace allí y las negociaciones que se están dando en este
momento para definir el rumbo del proyecto.
Nos trataron con mucha familiaridad. Era un poco más
de la 1 de la tarde, así que mientras bajaba el sol nos llevaron a un lado de
la huerta para explicarnos su historia y demás cosas sobre el proyecto. Habló
por unos cuantos minutos y parecía que su plan de escondernos del sol no
funcionaba del todo bien. Sin embargo, su forma paciente y a la vez apasionada
de hablarnos sobre lo que habían logrado nos tuvo a todos atentos a lo que
contaba.
Entre las cosas que más recuerdo fue el énfasis que
hizo en que el proyecto había comenzado como un gusto general de ella y tres amigos
más, sin necesidad de obtener resultados científicos; era básicamente una
apuesta por ocupar un espacio que no tenía uso aparente, utilizándolo para algo
que era de gusto común, un espacio donde pudieran alejarse de las rigurosidades
académicas y de los saberes expertos (en un principio), donde se tuvieran en
cuenta los cultivos, pero también la parte estética y artística, donde de una
forma –para mí un poco romántica- pudieran casi que generar sus propias reglas,
un lugar sin jerarquías, donde cualquiera pudiera participar y donde tal vez
pudieran encontrar un lugar de esparcimiento, de ensayo y error e incluso, tal
vez, un espacio en el que pudieran estar sin un propósito u objetivo definido más
del que cada uno pudiera darle.
Además de expresar esa parte ideal con la que el
proyecto había comenzado, también mencionó la parte práctica que hace parte
fundamental de lo que hoy es la huerta. Contó cómo habían tenido que recoger
tierra del parque nacional, cargar y subir bultos hasta la terraza. Lo pesado
que había sido subir las materas, y las redes de relaciones que se habían ido
construyendo, las cuales han sido indispensables para llevar a cabo el proyecto.
Cómo los(as) jardineros(as), porteros(as) y aseadores(as) parecían trabajar en
equipo con ellos, para avisarles si habían materiales o mesas por ahí que ellos
pudieran usar. También los ayudaron con conocimiento, asesorándolos y
aconsejándolos. En otras palabras, el proyecto ha salido adelante con el
esfuerzo de muchos que han intervenido, una huerta realizada con las uñas –como bien dijo Valeria.
A saber, las directivas de la P.U.J. también han
tenido –y tienen- mucho que ver en la construcción de este proyecto. Es
necesario tener en cuenta que “la
compañía establece un control a través de reglas escritas: el credo de la
compañía que incluye máximas como “nunca decimos que no” pero son los pares,
los clientes y los propios empleados los que hacen más eficiente el control”
(Arango, 2011:104). Dichas reglas y el control ejercido aseguran una relación
de dependencia con la institución para llevar a cabo el proyecto, donde
aparentemente aceptan y motivan este tipo de inciativas, pero como en el caso
de esta huerta, una vez el proyecto ha despegado, el control es ejercido y las
condiciones y proyecciones son o deben ser transformadas teniendo en cuenta los
intereses de quienes financian. Para los lectores que no saben qué pasó con la
huerta, lo que nos cuenta Valeria es que en un
principio fue muy difícil conseguir la autorización para usar el espacio, pero
que contaron con el apoyo de la Universidad. Sin embargo (y para no alargar
tanto la historia) en este momento se encuentran en negociaciones, porque una
vez despegó el proyecto, la P.U.J. se ofreció a financiar gran parte, pero los
intereses ahora deben ser compartidos y los intereses institucionales se
remontan a una dimensión más productiva, hecho que se opone a los ideales
iniciales de la huerta. Para cerrar este punto, quiero traer a colación otro
apartado del texto de Arango 2011 que da cuenta de lo sucedido: “En estas luchas por el reconocimiento, se
crean fronteras y jerarquías entre ocupaciones de acuerdos con una dimensión
moral del trabajo, reforzando diferencias, segmentaciones y relaciones de poder
entre distintas categorías de trabajadores” (Arango, 2011: 107).
Espero haber comportadito con ustedes, hasta aquí, parte
de lo que este grupo de estudiantes compartió con nosotros, un poco de sus
experiencias y de sus esfuerzos, de sus problemas y situaciones que como ellos
mismos lo decían, han construido de forma indispensable tanto el proyecto como
la amistad entre ellos. Por lo tanto, espero entiendan como yo, que “ellos trabajan o laboran en una vía donde la
esencia particular de sus actividades es significativa” (Carlsson y
Manning, 2010: 925), es decir, que su apuesta principal ha sido que al pasar la
puerta e ingresar a ese pequeño espacio, se pudieran vivir ahí unas lógicas que
contradicen las lógicas que dirigen nuestra sociedad en general, donde el capitalismo y la producción no fueran
los protagonistas, pues dicho protagonismo sería otorgado al significado que cada uno pudiera darle,
buscando resultados más allá de los aparentes, más allá de un informe
científico o de una producción en masa, pues aunque suene muy romántico, no
todas las cosas trascendentes son materializables. Creo yo, que es una forma de
hacer una crítica a lo que es productivo o valioso, pues si en términos
capitalistas este tipo de proyectos representa un trabajo improductivo, este proyecto
“implica las capacidades subjetivas
del trabajador para decidir por sí mismo qué trabajo es el que en realidad vale
la pena hacer” (Carlsson y Manning, 2010:927)
Así que hasta este punto he tratado de visibilizar
dos elementos que pude evidenciar en la huerta.
El primero, se refiere a la “Importancia del valor afectivo (…) necesarios para la nueva construcción del paradigma del
desarrollo sostenible” (Puleo, 2011: 307), dándonos cuenta que para ellos
no es sólo un hacer con cuidado, sino también un pensar con cuidado, demostrado
por ejemplo en la forma de referirse a cada planta, de decir que “a la sábila
no le gusta el sol” o que “la tierra está cansada”, son formas de sentir que trascienden
a un pensar y actuar con cuidado.
El segundo, tiene
relación con algo que dice Puig de la Bellacasa sobre la Permacultura, cuando
afirma que ésta
“se está extendiendo a través de la práctica de intercambio, de enseñanza, de construcción de la comunidad y del activismo
social, pero muchas formas de
imaginar su eficacia es la
posibilidad de transformar el ethos de la gente en nuestras relaciones cotidianas con la tierra, con sus habitantes y sus "recursos"” (Puig de la Bellacasa, 2010: 152).
Aquí
se pueden ver cómo es posible que haya más propósitos y consecuencias de las
que estamos acostumbrados a ver. Pues si bien el grupo que lleva a cabo la
huerta no busca fines económicos o productivos,
tampoco es carreta que aquellos propósitos que buscan sean reales. Son
objetivos diferentes, que han sido invisibilizados por tantas lógicas distintas,
pero que aun así son efectivos. Construyen nuevas formas de relacionalidad, entre redes de ayuda, de
relaciones con la institución que los apoya, de relaciones entre ellos como
compañeros, de relaciones con los alimentos, la tierra e incluso de relaciones de
confianza con personas lejanas que intercambian semillas, pero que hacen
posible que se siembre lo que se siembra. Por si fuera poco, estas formas de
relacionarse no se quedan en ellos, en quienes activamente lideran, negocian y
luchan por sacar adelante la huerta, sino que también tienen efectos en quienes
la visitamos, pues hacen visible para muchos una forma diferente de cuidar el
medio ambiente y de cuidarnos a nosotros mismos. Y para no quedarnos en una
abstracción ideal, me refiero a los resultados vistos en clase, donde más de uno,
siendo muchos ajenos al tema, aseguraron salir motivados y consientes de algo
que antes no les había interpelado, tomando la decisión práctica de continuar en
casa con lo que nos enseñaron.
Así
que si bien este proyecto muestra una forma de hacer y de pensar con cuidado, de
redes construidas a través de un propósito común, del trabajo y la práctica
meticulosa que requiere llevarlo a cabo y sostenerlo en una dimensión
cotidiana, también evidencia el trabajo arduo, la falta de colaboración de
muchos, la precariedad en cuanto a la remuneración y las imposiciones
instituciones que deconstruyen e invisibilizan muchas veces lo construido por
ellos. Pero que sin embargo, si hay resultados y resultados efectivos, donde como
lo afirma Puig de la Bellacasa (2010), se rehacen los tejidos de las relaciones
sociales construyendo nuevas formas de relacionalidad.
Bibliografía:
-Arango Gaviria, L. G. (2011). El trabajo de cuidado
¿servidumbre, profesión o ingenieria emocional? In L. G. Arango Gaviria &
P. Molinier (Eds.), El trabajo y la ética del cuidado (La Carreta., pp.
91–109). Medellín.
-Carlsson, C., & Manning, F. (2010). Nowtopia: Strategic Exodus? Antipode, 42(4),
924–953. doi:10.1111/j.1467-8330.2010.00782.x
-Puig de la
Bellacasa, M. (2010). Ethical doings in naturecultures. Ethics,
Place & Environment, 13(2), 151–169.
doi:10.1080/13668791003778834
-Puleo, A. (2011). Protagonistas de un nuevo mundo.
In Ecofeminismo para otro mundo posible (Ediciones., pp. 267–315).
Madrid, España.
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